La prisa mata
Esta noche una ola de arena ha invadido y cubierto cada rincón de Madrid. Mientras tanto, yo soñaba con el Sahara y me he despertado nostálgica. Al subir la persiana, he podido ver todo con ese filtro anaranjado, ese encanto de África que nada reemplaza y una vez más, he podido comprobar, que la casualidad no existe. He sonreído como una niña pequeña, porque hace años que no bajo al desierto y justamente hoy, el desierto ha decidido venir a verme.
África es el continente dónde descubrí la libertad, dónde entendí que no tenía nada y realmente no me hacía falta. Que todo lo que creía necesitar, solo eran imposiciones del día a día en una sociedad capitalista.
Cuando bajaba al Sahara una de las frases que más me repetían y más me resonaban era: "la prisa mata". Una frase costumbre, sin aparente importancia, pero extendida entre la población del norte de África.
Hoy creo fielmente, que tienen razón: la prisa mata.
El reloj nos atropella, los ritmos nos arrastran y la prisa, sin duda alguna, nos mata lentamente. Porque morimos en todo lo que dejamos pasar cada día, en cada acto que demostramos o nos demuestran sin prestar la suficiente atención, en cada pequeño acierto no celebrado, en cada pequeña derrota no refutada.
Apagamos nuestra vida en la rutina, olvidando la calidad que merecemos, anulando los detalles que persiguen avivar la llama.
Hoy, con los tejados cubiertos por una película naranja, con las calles jugando a trazar caminos en el polvo, con el mundo quejándose sin reparo y con ocho años de distancia, he entendido el significado de cada palabra. Porque llevar un ritmo que no se adecue al nuestro, por mucho que la sociedad nos lo imponga, sin duda alguna, nos mata.
Si prefieres escucharme, puedes hacer clic aquí mismo para ir a Spotify.